El ágora de 13 Rue de l'Ancienne Comédie:

El ágora de 13 Rue de l'Ancienne Comédie: Viendo la vida pasar
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miércoles, 30 de septiembre de 2015

La memoria en los libros. Segunda entrega. Una señora catedrática

Un tocado en forma de simpático gorrito de lana solía rematar el atuendo de la catedrática. Su alta figura se acrecentaba en la tarima, desde donde nos hablaba siempre de pie; la  voz, enérgica, segura; y el rictus se correspondía con  una permanente sonrisa burlona, fruto, quizá, de cierto escepticismo vital. Poseía un trato agradable y su verbo fácil nos envolvía, atrayendo nuestra atención aunque nos parecieran complicados los razonamientos lingüísticos de Chomsky. La hoja roja, La aventura equinoccial de Lope de Aguirre, Las ratas, El Jarama, La tesis de Nancy, El hombre que compró un automóvil y El príncipe destronado, que yo recuerde,  son los títulos que aquella buena señora incluyó entre nuestras obligaciones lectoras. Algunos de los libros los adquirí, como Las ratas, que presté a un colega y compañero entonces y que nunca volví a ver, el libro, no al colega, siendo una deuda que se le debe a mi biblioteca; y otros los tomaba en préstamo de la Red de Bibliotecas Populares, que tenía sedes repartidas por todo Madrid. Visitaba, generalmente, la biblioteca de la calle Mayor, más cerca de Bailén que de Sol,  antes de comenzar las clases, a media tarde, porque me quedaba relativamente cerca del instituto. Me agradaba mucho merodear, entre la tarde y la noche, por el Madrid llamado de los Austrias, para después bajar hasta Sacramento y por San Justo, Puerta Cerrada , Toledo y Estudios, junto a la colegiata, llegar al Instituto de San Isidro. Gracias al carné de las Bibliotecas Populares tuve acceso a la Biblioteca Nacional,  donde pedí prestados algunos libros un tiempo después. Allí fue, guiado por el nombre del autor, más que por el título, el lugar en el que me tropecé con la obra que nos ocupa; algunos párrafos leídos al azar cuando nos presentamos el libro y yo me cautivaron, pues el mundo retratado en la novela no me era ajeno.

miércoles, 23 de septiembre de 2015

La memoria en los libros. Segunda entrega. Erratas entrañables

Recorrí con la vista la estantería buscando lectura y me detuve ante los dos tomos. Era el momento oportuno: ningún libro por terminar.
Hace tiempo que decidí volver a leerlo. Cuando lo hice por primera vez, tras sacarlo de la biblioteca pública, tan joven, y a pesar de que no llegué a profundizar en sus mensajes como lo estoy haciendo ahora, sentí la necesidad de poseerlo. Así, en el momento en el que lo descubrí, después de buscarlo siempre que enredaba en puestos y casetas, no dudé en llevármelo.
Los tomos, ligeramente desvencijados, de color añil, oliendo suavemente a papel viejo si metes la narices, con manchas traslúcidas en la primera hoja y que se han tornado anaranjadas, incluyen, ambos, para utilizarlas como marcapáginas sendas cintas doradas, seguramente provenientes de la envoltura de algún regalo, detalle que me hace pensar en la forma de actuar de su anterior dueño, o dueña, esas personas que guardan las cintas de envolver regalos por si tuvieran alguna utilidad. Sin saberlo, las guardó para mí.
La edición es penosa: tildes alocadas, palabras incompletas, líneas ausentes que aparecen unos párrafos más allá empujando para hacerse un hueco, y múltiples erratas más. Esto, en el fondo, me gusta: le da originalidad, esos defectillos que hacen diferentes a las cosas.
Pero me entusiasma el uso que se hace en el texto de la letra cursiva y que me resulta fundamental en su lectura; descubro la fuerza que posee cuando se emplea bien. Y reconozco el poco cuidado que pongo en esos detalles al escribir, por dejadez, por no dedicarme más a ello. Me propongo echar mano de ese efecto cuando sea necesario.
Los tomos no tienen nombres ni dedicatorias, pero sí tienen marcas de interrogación y líneas verticales señalando párrafos, todo a bolígrafo. Los pasajes así señalados destacan por ser críticas feroces y descripciones de perversos malvados inmorales, cuando deberían ser lo contrario; tal es la crudeza que el narrador utiliza en esos párrafos que pudieron  poner en juego la sensibilidad y las creencias del lector, o lectora. Quiero pensar, porque me agrada, porque así los libros me parecen con un valor añadido, que su lectura produjo tal desazón que su dueño, o dueña, decidió deshacerse de ellos, como el que desea perder de vista una obra del diablo. Y así llegaron los viejos tomos a mí, con sus marcas de asombro a boli y, para separar páginas, sus cintas doradas con el nombre de una empresa distribuidora de artículos de lujo.