—¿De qué te sonríes?
—Es una sonrisa burlona; de esas que se escapan cuando lees
una estupidez, por algo que te parece de lo más tonto ponerlo por escrito; de
esas de las que pasas a la risa más demoledora si encima lo llaman “píldora de
sabiduría vital”, avisándote, además, de que ese “escritor sabio” acostumbra a
propagar tales grageas. Se han pasado con el marketing.
—¿Qué es lo que ha dicho? ¿Cuál es esa “píldora de
sabiduría vital”? Ja, ja.
—A ti y a mí nos interesó desde muy jóvenes conocer lo que
nos rodea: los pájaros, los árboles, las gentes… Y creo que es una obligación
de la especie, consciente como es, rendir tributo a La Vida, en un acto de
humildad, y conocer a los demás seres que nos acompañan en el viaje, que además
son vitales para el mantenimiento de las condiciones que permiten al planeta
ser habitable. Y va este tipo y dice que ”la vejez es cuando” te interesas por el nombre de los
pájaros porque empiezas a tener tiempo.
—Ja, ja. Pues, mira, yo creo que lo que caracteriza a la
vejez no es el tiempo que se tiene; en
otras épocas de la vida se tiene tiempo para lo que se quiere; la vejez “es”,
quizá, la dificultad, o la falta de
ganas, para gozar del aire libre y de los seres que lo habitan, para salir de
las ciudades y sentirse una criatura más, al nivel de las aves o al de los
árboles, para conocer otras formas de vida humana que no se basan en la ciudad. Puede que la vejez “sea” la estrechez del presupuesto y el copago de medicinas
y de múltiples servicios sanitarios; también
el mantener a los nietos y ayudar en su crianza. Tal vez la vejez “sea”,
entre idas y venidas al médico, “cuando” solo tengas ganas y tiempo para ver
los cotilleos que la televisión te eche, o, si todavía ves lo suficiente, “sea”
coger un libro malo porque es el que tenías cerca y no tienes ganas de buscar
mucho.
—Ten en cuenta que hay gente que es el típico producto
moderno, que desarrolla su vida entre legajos, campañas publicitarias, refritos
y pastiches; que se sienten como pez en el agua en un mundo de papel, ahora
virtual, incapaz de interesarse, casi con desprecio, por ese árbol de la
esquina que le alegra las mañanas con sus flores de color rosa intenso al que
llamamos árbol del amor y que, según la leyenda, le sirvió a Judas para colgar
la soga .
—Oye, que a lo mejor estás suponiendo que el sujeto es un
urbanita y lo mismo ha nacido en un pueblito.
—Más delito tiene.
—¡Bah! Eso es que sabe de alguien que conoce cuatro pájaros y le quiere
llamar viejo.
—Posiblemente. No
sabes bien la de tonterías que se escriben para meter a capón alusiones no
explícitas en algún texto. Y eso me parece una falta de respeto al común de los
lectores porque se utiliza su interés y el dinero que ha empleado en comprar el libro para difundir un mensaje
de intención espuria. Es para sentirse estafado. El lector debe creer, para que
se cree la magia necesaria, que lo
escrito va dirigido a él, que hay una comunicación íntima con el autor a través
del espacio y del tiempo, que no hay intenciones ocultas que lo harán sentirse
utilizado. Además, je, je, creo que ese tipo de frivolidades traen mal fario. Y
encima lo llaman “píldoras de sabiduría”. Yo diría manchas de tontería.
—Bueno, ten en cuenta que a algún empleado de la editorial le
habrá caído el muerto de tener que escribir la glosa.
—Sí, pero hay que tener algo más de sentido común. Fíjate: se dice
que el autor fue “despedido fulminantemente” de la agencia de publicidad donde
trabajaba, sin más explicaciones.
—Pues no sé. Se considerará un valor que a uno le despidan
fulminantemente, le dará interés, morbo. Si se dijera, sin más, que fue
despedido quedaría mal, pero al decir “fulminantemente” da la sensación de que
pudo ser por un acto de afirmación ante la empresa, de rebeldía, pero no
sabemos si se lo mereció, lo que ocurrió para que fuese fulminado. Seguramente
quieran cultivar la imagen de “enfant terrible”, por si vende más.
—Vale. Pero el libro, ¿te ha gustado?
—No. Para nada ha cubierto mis expectativas. Si tuviera que darte
una imagen de lo que me parece te diría que la obra es una mayonesa cortada:
una serie de ingredientes como minúsculas pinceladas de biografías de Capote,
Hemingway, y Chaplin; cartas y diálogos inventados entre Oona (última esposa de Chaplin) y el escritor
Salinger que no han logrado conmoverme
en absoluto; crudas estampas sobre la crueldad de la guerra que sí me han
conmovido pero me han parecido demasiado prolijas y fuera de lugar; y la
inclusión de la experiencia amorosa del autor con una mujer, que quede claro,
mucho más joven que él. Y este parece ser el colofón, una especie de
justificación, cuando no creo que a estas alturas interese a nadie, de las
uniones románticas entre personas de edades muy dispares. Todo ello aderezado
con párrafos en inglés, gritos, o sea mayúsculas, que si ya repelen en cualquier
texto, no digamos en un libro. Unos ingredientes sin cuerpo suficiente para dar
a la mayonesa la consistencia necesaria y hacerla digna de presentarla en la
mesa.
—Pues vaya.
—Mira, cada persona puede escribir lo que quiera, pero los
lectores, que hemos pagado, tenemos derecho
a decir lo que nos ha parecido.
—No te lo discuto. Todos deberíamos opinar sobre lo que leemos y
realzar las obras verdaderamente valiosas.
—Por supuesto que cada uno escribe como quiere y con las
pretensiones que le parece, pero el abuso de la referencia, de las citas, de
la excesiva inclusión de conocimientos parece que le da más valor al texto, y
se descuida la eficiencia del mensaje, la coherencia del texto, la variedad del
vocabulario. Falta artesanía de la palabra. Da la sensación de que el autor
basa su obra en “demostrar”, sea conocimiento de los coetáneos de los
personajes o de títulos musicales o que ha usado mucho la wikipedia. Me parece perfecto que sea así, si así se
quiere, pero en el verdadero artista ni
se nota; debe ser sutil y nada pretencioso.
—¿Y qué te parece que la familia de Oona no publique las cartas que
esta intercambió con Salinger?
—No creo que esas cartas tengan ningún interés. Lo malo de entrar
en la correspondencia personal, real o inventada, es que esa relación entre dos
personas queda manoseada por cualquiera,
gente extraña a la que jamás hubieras dejado entrar en tu vida porque, en
muchos casos, nunca te caería lo suficientemente
bien. Como dijo Ana Belén en un programa de televisión: "¿por qué se mete en mi
vida?, si yo no la conozco a usted de nada”. Tengo la sensación de que si los espíritus de
Oona, Chaplin y, por qué no, Salinger pudieran leer esto, sonreirían tan
burlonamente como yo. Va por ellos.