El ágora de 13 Rue de l'Ancienne Comédie:

El ágora de 13 Rue de l'Ancienne Comédie: Viendo la vida pasar
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viernes, 24 de mayo de 2019

El libro del tiempo, de Manuel Toharia



El periodismo, especialmente los telediarios, algunos científicos, que no dan su brazo a torcer por aquello de sostenerla y no enmendarla, y la gente, que se lo cree todo, son los responsables de una especie de fiebre catastrofista basada en las consecuencias del cambio climático. Además, el “gas de la vida”, es decir el dióxido de carbono, paga el  pato de ese contubernio mundial  y se le hace aparecer, injustamente,  como ese personaje odiado de drama cinematográfico, cuando el verdaderamente malvado para el efecto invernadero es el vapor de agua de la atmósfera.
Estas ideas no son mías. Las expresó Manuel Toharia en una obra  titulada “El libro del tiempo”. En esta obra he podido descubrir escandalizado la cruzada que ha emprendido  contra  la alarma mundial ante las consecuencias del cambio de temperatura global. Conozco personas que no han podido terminar semejante volumen, engordado a base de repetir ideas y  referencias sin ningún interés; pero me he tomado la molestia de terminarlo para poder opinar con propiedad. Y la verdad es que he ido de escándalo en escándalo y no comprendo cómo se puede editar una obra así. No basta con ser famoso gracias a la aparición en televisión para dar por válida una obra en la que fondo y forma denotan poca calidad y a la que le sobran muchas páginas y muestra un enfoque muy equivocado de lo que debe ser un libro que aspira a la divulgación científica.
Me han escandalizado las referencias a figuras históricas del pronóstico del tiempo en televisión con alabanzas tan rancias como la de ser  “padre de familia”, lo que hará las delicias de tanto ciudadano conservador y machista como vemos hoy día, y otras referencias positivas de dudosa verosimilitud según lo que podíamos ver en la pequeña pantalla; mientras que otros reciben la crítica del autor porque  se tomaban las cosas con humor y se afeitaban el bigote. Triste.
Escándalo e indignación me han producido las referencias a organizaciones no gubernamentales a las que salva, pocas, dos, mencionándolas por su nombre, Cruz Roja y Médicos Sin Fronteras, que no tienen que ver con el clima ni con el tiempo; pero a otras, las ecologistas, que no tiene la valentía de nombrar, las relaciona con el extremismo  político, de izquierdas, claro. Reparos para mencionarlas por su nombre que no los tiene con Rajoy, al que saca a relucir por aquella historia en que su primo le dijo que el cambio climático no era para tanto. Primo que, según Toharia, es un físico excepcional. Este sí le gusta. ¿Nos vamos dando cuenta de la divulgación científica que ofrece la “obrita”?
Tampoco quedan muy bien los editores, pues han permitido la publicación del libro, seguramente por el esfuerzo que suponía que alguien lo leyera previamente, sin eliminar una muletilla, “claro”, permanente, frecuentísima, molesta como hambrientas moscas de montaña, que ya queda mal en una charla y por escrito es mortificante; dando idea de que ni el autor ha releído lo que le iba saliendo del magín. Pero es que el estilo tampoco hay por donde cogerlo porque resulta de una simpleza insultante para el lector. Hay que imaginarse que para conseguir más apoyo emocional a sus tesis utiliza metáforas en las que ridiculiza el papel que comúnmente se le atribuye al dióxido de carbono en el calentamiento global. Así, el autor insiste en plan irónico, pero desafortunado, en que se considera a dicho componente atmosférico el malo de la película, sometido a inquisición, condenado sin juicio justo, el patito feo, cabeza de turco y otras ideas por el estilo.
Así que, tranquilos. Toharia dice en su libro, que no es para tanto, que el tiempo es cambiante, que el clima ha variado desde que existe, que no pasa nada si tenemos menos agua en la península Ibérica porque nos adaptaremos, que una cosa es el hambre en el mundo y otra el cambio climático, que si aumenta la temperatura global puede que llueva más y que si aumenta el nivel de los mares, total, todos los días suben y bajan con las mareas y no se hunde el mundo.
No le quiero quitar méritos al divulgador científico que es el autor del libro, por eso creo que lo mejor es que siga  en un museo.

El libro del tiempo está editado por  Crítica, colección Drakontos, en 2013.

Embalse de Requejada. Palencia. España. Verano 2017


viernes, 1 de diciembre de 2017

miércoles, 14 de junio de 2017

Un cuento: "El niño que quiso ser torero"

        El niño que quiso ser torero
                Un cuento para edades de 4 a 7
De paseo…
− Y tú, ¿qué quieres ser de mayor?

¿Qué crees que hizo José Ramón cuando el señor que hablaba, y hablaba, bla, bla, bla, en la calle, junto al parque, con su papá, se calló de pronto, le miró con ojos de búho y le preguntó qué quería ser de mayor?

Imagínate. José Ramón, que no le quitaba ojo al tobogán mientras su papá charlaba con el señor de ojos de búho, se quedó un poco pasmado después de la pregunta; tan pasmado como aquella vez que vio en el suelo, por culpa de una pelota lanzada por un puntapié inocente, el helado de cucurucho que su tía Irene le acababa de comprar un domingo.

José Ramón no contestó al señor de ojos de búho, levantó la mirada lentamente y se encogió de hombros, como si le hubiesen preguntado eso de “a quién quieres más”; miró a su padre y le pidió permiso.
 − ¿Puedo ir al tobogán?




Esa misma noche, en casa…
− Papá, tú, de pequeño, ¿querías ser jardinero?
− No −contestó el papá de José Ramón.
−¿Qué querías ser?  –preguntó el niño.
−No me acuerdo, hijo. No sé; futbolista, policía, camionero, como todos los niños, supongo. Anda, cómete las patatas, que se enfrían.  

−¿Y torero, papá? ¿Querías ser torero?
−Venga, José Ramón; no preguntes tanto y come.
−Pero, ¿querías ser torero? –insistía José Ramón.
−Nooo. Come.

José Ramón pinchó dos patatas con el tenedor y en cuanto tuvo la boca suficientemente libre volvió con las preguntas.
−¿Qué hace un torero?
−Hijo, un torero…
El papá pensó un poco mientras José Ramón esperaba la respuesta mirándole muy quieto. Al fin contestó.
−Juega. Eso es. Juega con el toro.
−¿Con el marido de la vaca? –preguntó enseguida el niño.
−Sí; con el marido de la vaca. Come, José Ramón, que ya te queda menos.

−¿Y juega como jugamos con el perrito de Clara? –dijo José Ramón pinchando con el tenedor las últimas patatas.


                                                El perrito de Clara  

−No exactamente −dijo el papá− porque el toro se puede enfadar y es peligroso.
−¿Se enfada? ¿No quiere jugar? –siguió preguntando el niño.
−No. No creo que quiera jugar; y además al final…

El padre de José Ramón dejó la frase sin terminar y alcanzó al pequeño una pera que estaba troceada en un plato.
−Tómate la pera.
−¿Qué pasa al final? –dijo José Ramón.
−Nada −dijo el papá −. Que el toro siempre pierde.
−¿Como tú cuando juegas a las cartas con los tíos? –quiso aclarar José Ramón.
−Algo así. Ahora vas a terminar. Vemos los dibujos un ratito, nos lavamos los dientes y ¡a la cama! –exclamó el papá haciendo cosquillas en la barriga a José Ramón.
Al día siguiente, en el cole…
Después de guardar las cartulinas y los colores en el armario para que todo estuviese muy bien ordenado, Luis, el profe, les dijo a los peques que se sentasen en círculo. Cuando obedecieron, que la verdad es que no tardaron mucho, y se hizo silencio, que esto tardó algo más, Luis les dijo de qué iban a hablar.
                                                 
                                           Luis,, el profe

−Hoy vamos a aprender cosas sobre los oficios, los trabajos, y luego haremos una ficha, y después jugaremos con todo eso que vamos a aprender. A ver, ¿qué trabajos conocéis?

−¡Doctora! –gritó Raquel levantando el brazo que no tenía en cabestrillo.
−¡Piloto!
−¡Profesor!
−¡Directora!
−¡Cocinero!
−¡Capitán!
Se oyó que decían.
−¡Futbolista! −también se oyó.
−¡Futbolista no, futbolista es un deporte! –gritó Marquitos poniendo una cara muy, muy, fea, como la pone el que se burla.
−¡Pescador! –dijo una niña.
−¡No se dice pescador! ¡Se dice pescadero! –volvió a intervenir Marquitos, originando un pequeño revuelo que Luis, el profe, intentó controlar.
Se fue haciendo la calma poco a poco, pero José Ramón aprovechó para soltar lo que le iba rondando por sus pensamientos desde el día anterior.

−Abel quiere ser torero; me lo ha dicho −anunció.
Todas las miradas se dirigieron al chiquillo, hacia Abel.

−Abel, ¿quieres ser torero? –preguntó Luis, el profe, muy serio.
El niño dijo “sí” con la cabeza, un poco temeroso porque no sabía si aquella situación le traería algún problema.
−¿Por qué quieres ser torero? –dijo Luis escamado, como tú cuando no entiendes algo.
−Porque mi abuelo tiene un toro y caballos.
−¿En una granja? –preguntó el profe.
−Sí; en el pueblo. Y mi hermana, cuando sea mayor cuidará a los caballos, y yo cuidaré al toro. Por eso seré el torero de la granja−contestó Abel.
                          

                                            “Rubio”, el toro del abuelo

−Seguro que es un sitio muy bonito −dijo Luis, el profe, y sonrió.
−Sí; hay mucha yerba verde y muchos árboles.
−¡Pues yo también quiero cuidar animales y quiero curarlos cuando se pongan malos! –gritó María.                      
 −¿Cómo se llama el que cura a todos los animales? –dijo la niña.
−Bueno, todos podemos cuidar a los animales, sobre todo dejándolos vivir en paz, pero si lo que quieres es curarlos tendrás que ser veterinaria− aclaró Luis.
−Pues seré veteniraria− afirmó María con seguridad.
−Veterinaria. Mirad, se escribe así.

Veterinaria
Y Luis, el profe, escribió la palabra con letras muy grandes y después les habló a los niños de la importancia de ser lo que a uno le haga feliz.



                                                        María será veterinaria

Los peques se hacen grandes
¿Y sabéis? Cuando pasó el tiempo, después de veinte vacaciones de verano, María ya sabía curar a todos los animales y vivía feliz, y Abel también vivía, feliz, en la granja de su abuelo, rodeado de animales y plantas. Una granja en la que nunca faltó un toro al que cuidar y en donde Abel invitaba a los niños y niñas y a los  profes de los colegios del pueblo y de los alrededores a visitar su granja y dando paseos por allí les enseñaba a respetar a los seres vivos, desde la más humilde lombriz hasta las grandes aves que surcan los cielos y les decía que había que sentir pena por las personas que se divierten haciendo daño a los animales porque cuando iban al cole no aprendieron a amarlos.

                Fin

miércoles, 8 de marzo de 2017

Día de la Mujer. Que no se lo lleve el viento

Las asesinan. ¿Cuántas más deben morir?

miércoles, 9 de noviembre de 2016

El río de Madrid en noviembre




Ánade Real hembra. Anas platyrhynchos



Garceta Común. Egretta garzetta


Izquierda: Gaviota Sombría. Larus fuscus.
Derecha: Gaviota Reidora. Larus ridibundus