El ágora de 13 Rue de l'Ancienne Comédie:

El ágora de 13 Rue de l'Ancienne Comédie: Viendo la vida pasar
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viernes, 11 de diciembre de 2015

Ida y vuelta

Reconoce usted que alcanzó la cima; llegaron al punto de satisfacción total sus aspiraciones profesionales y humanas, mezcladas ineludiblemente en quien se dedica a pormenorizar la sociedad, destacando en negrita los nombres que, como el cemento, daban estructura a sus artículos; pero usted mismo lo dice: reconoce la mascarada que son las relaciones del mundillo en el que su persona era referencia y faro. Tenía, por eso, que buscar, hastiado de saludos y besos, y de brazos por encima del hombro, propios de cócteles, recepciones y audiencias, tenía que buscar con ahínco la naturalidad que supone llevar la barra de pan y el periódico bajo el brazo en  la mañana dominical y recrearse en la esperanza de un mundo mejor mirando a los niños que juegan y encontrar sus ojos inocentes; y escudriñar los rincones de los váteres públicos para empaparse de las realidades humanas (tan lejos de los ambientes perfumados, enmoquetados, pulcros y controlados, sosteniendo el escocés en la mano), y seguir a través de un trecho de acera en una tarde oscura de invierno, solo por placer visual, sin intención de intercambiar palabra alguna, a la joven mujer que camina delante y que desconoce la importancia del escritor que va detrás.
Su obra me hace verle de otra manera, pues deshace el mito de dandy, fantasma y vanidoso en el que le habían colocado en mi experiencia vital sus artículos, sus séquitos, su codearse con gentes que viven de la exhibición, del cinismo, de relaciones endogámicas, todo eso que me asqueaba. Ahora me dice que usted deploraba esa forma de vida. Escribía porque los conocía, porque aprendió los recursos de las castas de primera clase, de los círculos cerrados en donde la recomendación y el tráfico de influencias lo son todo. Nos pintaba en sus cotidianos escritos a unas gentes cuya principal ocupación era la asistencia a fiestas decadentes. Me parecía que a pesar de sus críticas era usted necesario para seguir manteniendo un mundo que la vehemencia juvenil me hacía ver despreciable y vacuo. Pero esas “cualidades” de su entorno ya las ha calado usted y en la obra repudia la convivencia con las castas y le gustaría volver a ser niño, y ser niño en el suyo; y repudia también su triunfo y recomienda no triunfar, y acaricia el sueño, a partir de cierto momento, de volverse un perro salvaje, como los que fueron noticia en Galicia en los tiempos de la escritura de su obra. Aquellos se hicieron salvajes por abandonados, a usted le gustaría hacerse por abandonarle la ilusión. Pero no podía dejar de ser gato de salón, mostrando uñas en forma de afilada observación, pero gato de salón.
Compartimos, yo hoy, usted ayer, y siempre, porque lo dejó escrito y no puede escribir más, una visión negativa de los hombres y sus “hazañas” y reivindica la desaparición de la especie, como imaginó la extinción a destiempo de su propia vida si hubiese tenido valor, según dice, y convencido, a pesar de su éxito, del sinsentido de su vivir y del mayúsculo fracaso universal que supone la muerte de los niños, la muerte de su hijo. Me dice que disfrutaba del arte, ese engaño a la vida para olvidar la nada adonde iremos, aunque reconoce que Cervantes y Kant no morirán; disfrutaba del arte, excepto del arte de la música, a lo que no le pudo sacar satisfacción y no llegó a entender. Lástima; porque la música puede proporcionar momentos que nos reconcilien con la especie humana.
Reflexiona usted sobre el escribir y le da el mayor valor al diario íntimo, como el suyo. Y lo valora así por inmediato, fresco y sincero, aun reconociendo que se puedan colar lirismos distractores. También quedan en buen lugar las memorias, si el paisaje del recuerdo  no es demasiado neblinoso. Más abajo estaría la poesía, por demasiado artificial, y por último la novela, que es una falsaria realidad, y cuanto más realista peor. Por eso eligió el diario íntimo. Cansado de su permanecer en el trono halagador de rey de la escritura, utilizó la herramienta que le llevó a la cumbre para bajarse de ella y quiso escribir artículos a miles, como churros, cuando no hubiera sido necesario porque ya era hombre de éxito (quizá cuando yo le leía), para sentirse fracasado, para desandar el camino; porque, según usted, escribir artículos es una gloriosa manera de fracasar.
Al leer, hecho que usted considera más creativo que el escribir, al leerle, le comprendo. Comprendo su ambición juvenil en la corte, de la que usted se consideró rey de las letras. Comprendo su habilidad para ser tenido, y temido, como gurú de cierta clase y de gentes agrupadas por su estilo de vida; era usted halagado buscando su cita, preferiblemente benévola, algo tan importante en algunos círculos; pretendían ser sus amigos, o parecerlo, conocidos suyos al menos, y tener la oportunidad de no ser olvidados. Comprendo su desprecio íntimo por ese mundo suyo, insincero, teatral y mediático; y comprendo que se haya sentido engullido, vampirizado por los chupasangres que necesitan comerse al hombre para sobrevivir. Hombres que comen hombres, así funciona el mundo, viene a decir.
Hace tiempo que se secó su sangre. Sus artículos están tan muertos como usted; el tiempo los mató pronto, como usted quiso. Menos mal que escribió otras cosas.



miércoles, 7 de octubre de 2015

La memoria en los libros. Segunda entrega. Paralelismos

Avanzaba divertido por las páginas de La araña negra y se le escapó alguna sonrisa maliciosa, propia de los que contemplan a los atrevidos proclamando las verdades eludidas por otros, a los que les falta la oportunidad o el valor para ventilarlas. Pero el ánimo jocoso fue transformándose en triste al avanzar en la lectura. <<¿Era posible que la novela de Blasco Ibáñez hubiera servido de inspiración para tejer la tela en la que le habían querido envolver? Aquí está  el método, la teoría y la práctica de un poder mundial secreto que no repara en medios para buscar como fin, en el fondo, la consecución de una ambición. >>
Dudaba mucho de que fuese así, de que los procedimientos reflejados por Blasco hubieran inspirado el proceder de los urdidores de la trama: no creía que la novela que estaba leyendo hubiese sido tan conocida. Se planteaba si las habilidades puestas de manifiesto se habían expresado, como se expresa el fenotipo, porque se nace, o el protocolo de actuación se aprende; si existe un vademécum con los pasos precisos para convertirse en dueño de voluntades y destinos, apoyándose en soplones de certezas  o supuestos, utilizando gentes ignorantes de papanatismo supremo, creando una red de cómplices con la argamasa de la mutua culpabilidad, explotando el conocimiento, innato o adquirido, para mover a las masas, dispuestas a ser rebaño en una dirección.
Ató cabos recordando historias y personajes universales con esas capacidades y había de todo: desde iletrados hasta doctores. Por eso llegó a la conclusión de que tenía que haber algo genético en esa pericia en la alta manipulación y  dejó para otra ocasión determinar si consistía en un avance evolutivo o en una regresión.
El término empatía le estomagaba desde hacía cierto tiempo de tan manoseado, pues era aplicado como ungüento amarillo por toda clase de opinadores.  <<Sí. ¿Pero cómo no acudir a dicho término ante  el sufrimiento, que termina trágicamente,  del que cae en la trampa de la araña y es tomado por loco con la participación de sesudos galenos? >>, se  preguntaba.
Pensaba que alguien inocente, con la fortuna de no haber conocido la maldad de las acciones humanas, podría llegar a creer en la exageración de las intenciones de personajes y de las situaciones, pero el  experimentado comprobaría la profunda realidad de la que el autor de la novela se nutre. Y le sorprendía que Blasco Ibáñez terminara la obra con tan solo veinticinco años. < <¿Qué experiencias vitales le llevaron a escribir ese repertorio de personas, de caracteres, de rasgos y comportamientos? Ese hombre era un genio. Todos están ahí. Podría poner nombre y apellidos de individuos reales a toda esa lista, a base de personajes, que reflejan todos los mundos, interiores y sociales;  todos los anhelos, nobles y deleznables>>, se dijo, avanzado el segundo tomo.
Encontró paralelismos con El Quijote, espoleado por su mención en la novela. <<Bien pudiera ser tan considerada como la magna obra de Cervantes. Su recorrido por el siglo XIX, desde el reinado de Fernando VII, es el mar en el que se desenvuelve la galería de todos los individuos posibles y sus pasiones, las admirables y las venenosas>>, escribió en su cuaderno de notas.

Y decidió tomar a Blasco Ibáñez bajo su amparo. Su escudero se compondría de un mosaico a base de personas de bien. <<Alguna conozco>>.  Tomó su bolígrafo de plata, los papeles ya escritos por una cara y se lanzó a dar mandobles a los malandrines del siglo XXI.

miércoles, 30 de septiembre de 2015

La memoria en los libros. Segunda entrega. Una señora catedrática

Un tocado en forma de simpático gorrito de lana solía rematar el atuendo de la catedrática. Su alta figura se acrecentaba en la tarima, desde donde nos hablaba siempre de pie; la  voz, enérgica, segura; y el rictus se correspondía con  una permanente sonrisa burlona, fruto, quizá, de cierto escepticismo vital. Poseía un trato agradable y su verbo fácil nos envolvía, atrayendo nuestra atención aunque nos parecieran complicados los razonamientos lingüísticos de Chomsky. La hoja roja, La aventura equinoccial de Lope de Aguirre, Las ratas, El Jarama, La tesis de Nancy, El hombre que compró un automóvil y El príncipe destronado, que yo recuerde,  son los títulos que aquella buena señora incluyó entre nuestras obligaciones lectoras. Algunos de los libros los adquirí, como Las ratas, que presté a un colega y compañero entonces y que nunca volví a ver, el libro, no al colega, siendo una deuda que se le debe a mi biblioteca; y otros los tomaba en préstamo de la Red de Bibliotecas Populares, que tenía sedes repartidas por todo Madrid. Visitaba, generalmente, la biblioteca de la calle Mayor, más cerca de Bailén que de Sol,  antes de comenzar las clases, a media tarde, porque me quedaba relativamente cerca del instituto. Me agradaba mucho merodear, entre la tarde y la noche, por el Madrid llamado de los Austrias, para después bajar hasta Sacramento y por San Justo, Puerta Cerrada , Toledo y Estudios, junto a la colegiata, llegar al Instituto de San Isidro. Gracias al carné de las Bibliotecas Populares tuve acceso a la Biblioteca Nacional,  donde pedí prestados algunos libros un tiempo después. Allí fue, guiado por el nombre del autor, más que por el título, el lugar en el que me tropecé con la obra que nos ocupa; algunos párrafos leídos al azar cuando nos presentamos el libro y yo me cautivaron, pues el mundo retratado en la novela no me era ajeno.

miércoles, 23 de septiembre de 2015

La memoria en los libros. Segunda entrega. Erratas entrañables

Recorrí con la vista la estantería buscando lectura y me detuve ante los dos tomos. Era el momento oportuno: ningún libro por terminar.
Hace tiempo que decidí volver a leerlo. Cuando lo hice por primera vez, tras sacarlo de la biblioteca pública, tan joven, y a pesar de que no llegué a profundizar en sus mensajes como lo estoy haciendo ahora, sentí la necesidad de poseerlo. Así, en el momento en el que lo descubrí, después de buscarlo siempre que enredaba en puestos y casetas, no dudé en llevármelo.
Los tomos, ligeramente desvencijados, de color añil, oliendo suavemente a papel viejo si metes la narices, con manchas traslúcidas en la primera hoja y que se han tornado anaranjadas, incluyen, ambos, para utilizarlas como marcapáginas sendas cintas doradas, seguramente provenientes de la envoltura de algún regalo, detalle que me hace pensar en la forma de actuar de su anterior dueño, o dueña, esas personas que guardan las cintas de envolver regalos por si tuvieran alguna utilidad. Sin saberlo, las guardó para mí.
La edición es penosa: tildes alocadas, palabras incompletas, líneas ausentes que aparecen unos párrafos más allá empujando para hacerse un hueco, y múltiples erratas más. Esto, en el fondo, me gusta: le da originalidad, esos defectillos que hacen diferentes a las cosas.
Pero me entusiasma el uso que se hace en el texto de la letra cursiva y que me resulta fundamental en su lectura; descubro la fuerza que posee cuando se emplea bien. Y reconozco el poco cuidado que pongo en esos detalles al escribir, por dejadez, por no dedicarme más a ello. Me propongo echar mano de ese efecto cuando sea necesario.
Los tomos no tienen nombres ni dedicatorias, pero sí tienen marcas de interrogación y líneas verticales señalando párrafos, todo a bolígrafo. Los pasajes así señalados destacan por ser críticas feroces y descripciones de perversos malvados inmorales, cuando deberían ser lo contrario; tal es la crudeza que el narrador utiliza en esos párrafos que pudieron  poner en juego la sensibilidad y las creencias del lector, o lectora. Quiero pensar, porque me agrada, porque así los libros me parecen con un valor añadido, que su lectura produjo tal desazón que su dueño, o dueña, decidió deshacerse de ellos, como el que desea perder de vista una obra del diablo. Y así llegaron los viejos tomos a mí, con sus marcas de asombro a boli y, para separar páginas, sus cintas doradas con el nombre de una empresa distribuidora de artículos de lujo.

martes, 28 de julio de 2015

La memoria en los libros. Primera entrega. De compras y epílogo

Sábado. Habíamos quedado los cuatro en la esquina del paseo del Prado y subimos la cuesta curioseando entre puestos y casetas.
Me retrasé respecto a los demás al quedarme hojeando algunos ejemplares. Al cabo de un rato, me hicieron señales indicando que tenían  el libro buscado, solicitado por el profesor de Lengua. Les dije con la mano que esperasen y terminé de pagar mi compra. Al llegar a su altura, el que sujetaba un libro se colocó el pelo detrás de las orejas. <<Yerma>>, me dijo. <<¿Cuál has comprado tú?>>, preguntó, cogiendo el libro de mis manos. <<Poder sin moral. Historia de las SS. Reimund Schnabel>>, leyó en voz alta.
Fue una dura manera de comenzar a poseer libros, no esos libros que pueden estar en casa y pertenecen a todos, me refiero a libros personales, elegidos y adquiridos por uno mismo. Haciendo memoria, quizá fuera el segundo de la colección, tras Pregúntale a Alicia, un regalo de cumpleaños. No se puede decir que fuesen unos comienzos muy festivos. La impresión causada por la lectura de documentos oficiales, por la contemplación de las fotografías y de los planos de los múltiples campos de concentración y exterminio permanece imborrable. Durante años me asaltaba una sensación de estupor si la mirada tropezaba con el lomo.
Tuve conocimiento de la II Guerra Mundial, como de la conquista del Oeste y de la Guerra Civil de los Estados Unidos, gracias a mi afición por los tebeos, en los que me enseñaron a leer precozmente; pero, como es lógico, me dieron un conocimiento superficial de esos acontecimientos históricos. En Hazañas Bélicas no nos mostraban el Holocausto, ni tuve una idea cabal de lo que significó hasta que  conocí la obra de Schnabel, comprada en la Cuesta Moyano.
EPÍLOGO CON ENTREVISTA
Pregunta. ¿Qué pretendes con La memoria en los libros? ¿Escribir una autobiografía?
Respuesta. No. No es que vaya a escribir mis memorias en este blog. La idea es la de dar unas pinceladas sobre los libros que han significado algo para mí, volver a poner los libros en la memoria, y no al revés.
P. ¿Eso significa que habrá una segunda entrega?
R.  Antes de contestar a tu pregunta permíteme que me excuse por traer a colación en el blog un tema tan serio como es el Holocausto en una época del año en la que se tienen en mente las vacaciones y el disfrute del verano. No es mi intención amargar la fiesta a nadie. Y ahora vamos con la respuesta: habrá una segunda entrega si alguno de mis libros me lo dice y me apetece recordar la pequeña historia que hay detrás de él.
P. ¿Te hablan los libros?
R.  Sí, me hablan. En determinadas circunstancias pueden, incluso, levantar la voz.
P. Y Poder sin moral, ¿cuándo te habló?
R.  La entrada no es una respuesta a bromas que se hayan podido hacer con el Holocausto. Me dispuse a recordar sus circunstancias en el setenta aniversario del fin de la II Guerra Mundial. Ahí surgió la idea, pero hasta ahora no he tenido la ocasión de escribirla. La conmemoración me sirvió para reflexionar sobre la forma en la que conocí con más profundidad la Guerra, aunque la palabra guerra se queda corta.
P. Ya que lo mencionas, ¿qué te parecen ese tipo de bromas?
R.  Bueno… Ya he dicho que el libro me impresionó muchísimo. Yo creo que he producido anticuerpos intelectuales y determinadas actitudes no las comprendo.
P. ¿Y qué opinas del empleo de la sátira?
R.  Entiendo su uso cuando se dirige contra el poder, sobre todo si es autoritario, cuando existen trabas para expresarse en libertad; en este caso es un acto de valentía. Si se utiliza para tirar la piedra y esconder la mano, para herir o burlarse de  personas que, de esa forma, no se pueden defender, no es un acto de valentía, ¿verdad? Tengo muy malas experiencias con los dobles sentidos. Quizá sea divertido para el que los formula; pero, cuando se generalizan, ya no se sabe lo que sirve y lo que no, y se cortocircuita cualquier posibilidad de comunicación sincera. Es una pena. Debe ser que también he producido anticuerpos intelectuales frente a ese tipo de cosas, ja, ja.
P. ¿Parece que le das mucha importancia al personaje de la melena?
R.  Es un pequeño homenaje al más intelectual de mis compañeros. Me inculcó su afición por pasear entre las casetas de la Cuesta Moyano.
P. Mencionas mucho ese lugar de Madrid…
R.  Se nota que conoces mis escritos. Sí. He pasado muchos ratos recorriendo sus casetas.
P. Bien. Solo me queda agradecerte la entrevista.
R.  No, por favor. Gracias a ti.

viernes, 24 de julio de 2015

La memoria en los libros. Primera entrega. Fama

En el aula, minúsculo punto en aquella piel de toro con caspa, la conversación fue reduciendo su amplitud hasta quedar solamente en manos de nosotros dos. Un compañero entró, procedente del aseo, secando todavía el compás con el trapo lleno de manchas de tinta. <<¿De qué se habla?>>, pero no recibió respuesta. Yo exponía mis opiniones sin cesar de mirar la lámina, raspando con una hoja de "Sevillana" para eliminar el desliz cometido al rotular mi nombre. El profesor dejó de corregir dibujos, levantó la vista y, con los brazos extendidos, apoyó las manos en los extremos de su mesa, dispuesto a prestar la máxima atención. Mi contrincante dialéctico mantuvo la mano izquierda sobre la escuadra y el cartabón, en posición de trazado de paralelas, irguió la cabeza y con un par de dedos de la mano derecha colocó tras la oreja la guedeja que le tapaba media cara; mostró su sonrisa benevolente, esa que producía la sensación de ser objeto de su indulgencia por muy equivocadas que fuesen tus ideas. <<¡Bah! ¡Bah! Mira muchacho…>>, dijo como preámbulo a sus próximas frases. Y durante un rato empleó el tiempo en ensalzar el talante y la filosofía de vida de los ingleses, en detrimento de la rigidez, la austeridad y laboriosidad de los <<cabezas cuadradas>>  de los alemanes.

miércoles, 22 de julio de 2015

En la memoria de los libros. Primera entrega. Tinta china


El grupo está formado por pocos alumnos, apenas una docena bien avenida. Las clases de dibujo son relajadas. Se trata de ir reflejando en la lámina el esquema de fabricación de, pongamos, ácido sulfúrico: tolvas, conducciones, depósitos, válvulas, llaves...
En ocasiones, no se oye más que alguna interjección causada por un error en el trazo, el ir y venir sobre el papel de una hoja de afeitar para eliminar con la mayor delicadeza posible el chino que dejó una gota de tinta incontrolada, la banqueta que se arrastra, el picaporte de la puerta del aula cuando alguno de nosotros necesita ir al aseo para limpiar un instrumento de dibujo, o el camión que se esfuerza por superar la cuesta de la calle; el profesor y los alumnos son viejos conocidos y hay suficiente confianza para salir y entrar sin pedir permiso. Pero otras veces surge con naturalidad la chispa de la conversación, sin levantar la voz, sin alboroto; todos están atentos y se interviene con orden, siendo el profesor uno más en el aporte de comentarios. La charla puede establecerse solamente entre dos; las cabezas miran al papel, los brazos se apoyan en el tablero de la mesa de dibujo; únicamente la pareja de interlocutores se gira levemente, establecen contacto visual y lanzan sus argumentos.

viernes, 17 de julio de 2015

En la memoria de los libros. Primera entrega. Parafernalia y realidad


Teníamos una pobre impresión de nuestro país. A ello se llegaba por lo que la gente se decía, lo que escuchabas en casa, lo que comentabas con los amigos. Así debía ser porque el régimen solo propagaba triunfalismo y parafernalia; la Iglesia solo se dedicaba al otro reino, cuando no bendecía a las autoridades; la radio, la televisión y casi todos los periódicos ejerciendo como la voz de su amo o de estómagos agradecidos; y en el colegio, salvo un loco y ya en los últimos estertores de la dictadura, ningún profesor decía esta boca es mía.
A pesar de los silencios oficiales, nada impedía un sentir general de inferioridad como nación y un extendido pesimismo. No nos conmovía la bandera ni el himno, ni siquiera la selección española. Todavía, seguramente, no hemos sabido sacudirnos la sombra de aquellos años ominosos. Todo lo de fuera era mejor; español y mala calidad eran sinónimos.
No es de extrañar que en la etapa en la que se empieza a buscar una identidad se eligiera, como el que elige su equipo de fútbol favorito, un país al que alabar, admirar e identificarse con los supuestos valores que poseen sus ciudadanos. De esta forma te definías ante ti y ante los demás. Se tomaba ese país como referencia porque creías tener unas actitudes y unos principios en consonancia con él o, al menos, aspirabas a tenerlos. Estereotipos, sí; pero servían para ir formando la personalidad, como sucedía con otros aspectos de la vida.

martes, 14 de julio de 2015

En la memoria de los libros. Primera entrega. Un estilo singular


Quizá fuese por eso, por su larga cabellera, tan inusual entre los chicos de aquel momento y lugar, por lo que daba la impresión de poseer una fuerte personalidad. La serenidad, permanentemente instalada en su forma de ser, y la expresión del rostro, que bien pudiera pasar por sarcástica, producían el efecto de poner en guardia, y de pensárselo dos veces, a cualquier profesor dispuesto a abusar de su autoridad.

miércoles, 8 de julio de 2015

En la memoria de los libros. Primera entrega.

La raya, perfecta, separa en dos hemisferios el cuero cabelludo, y el pelo, negro, forma una melena hasta los hombros. Su gesto habitual consiste en colocarse el cabello, que pugna por tapar la cara, detrás de las orejas. Se puede decir de su sonrisa que es un signo de suficiencia, con aires paternalistas, pero no llega a molestar porque goza de cierta autoridad.