A través del cristal, que separaba el laboratorio del despacho, se
podía ver al jefe de control de calidad concentrado, consultando lo que podía
ser un prontuario o un vademécum. El mozo, al que denomino de esta forma por
ocupación y porque debía rondar los diecinueve años, llamó tímidamente a la
puerta. El <<¡pase!>> sonó tremebundo. El muchacho saludó
con un apenas audible <<buenos
días, don Salvador>>. Por
respuesta obtuvo una mirada penetrante del jefe por encima de las gafas, como
si con ese gesto quisiera desmentir lo que de amistoso tenía su nombre de pila.
Como don Salvador no salía de ahí, el mozo anunció con la mayor sumisión
posible: <<ha llegado el químico>>. El comportamiento timorato del chico,
fruto del conocimiento que tenía del carácter de su interlocutor, no impidió que
en el despacho se oyera, como trueno, <<¡qué
químico!, ¡aquí trabajamos un montón de químicos!>>. El
muchacho, al que le empezaba a asomar el rubor propio del que sufre una
admonición, se armó de valor y,
acercándose, dejó sobre la mesa un frasquito de color topacio. <<Ah, era esto>>, dijo don Salvador, con algo menos de
ímpetu, mientras examinaba la etiqueta. El tono le duró poco, porque continuó con severidad: <<acostúmbrese a decir producto químico, compuesto o sustancia; toda la vida de
Dios un químico ha sido una persona, ¡coño!
>>. El malaspulgas del jefe quedó prendado del frasquito como si fuese un
deseado tesoro, momento que aprovechó el mozo para dirigirse a la salida del
despacho. A su pesar, el chico recordó que debía darle otro recado, pues
cualquier empleado de la casa evitaba tener contacto con don Salvador, incluso a
través de teléfonos inteligentes, por temor a un chorreo. Desde la puerta
anunció, con una voz que quería parecer firme, <<Curiel me
ha dicho que le diga que la farmacéutica está esperando la respuesta>>. Intentando no mostrarse tan agrio, contestó
don Salvador: <<¿Henar?, ¿Lourdes?>>. <<No.
Chemical Global>>, dijo en un balbuceo el muchacho. <<Eso es una in-dus-tria far-ma- ceu-
ti-ca o un la-bo-ra-to-rio far-ma-ceu-ti-co>>,
respondió el jefe; así, marcando las sílabas. Y añadió: <<¡las farmacéuticas son señoras! >>. Cuando el puño de don Salvador dio con el
frasco, en lugar de encontrar el tablero de la mesa, y la sustancia que
contenía inundó de olor a almizcle el despacho y de color pardo la página 724
del vademécum, el mozo ya había desaparecido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario