El ágora de 13 Rue de l'Ancienne Comédie:

El ágora de 13 Rue de l'Ancienne Comédie: Viendo la vida pasar
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jueves, 5 de mayo de 2016

Oona y Salinger, de Frédéric Beigbeder

—¿De qué te sonríes?
—Es una sonrisa burlona; de esas que se escapan cuando lees una estupidez, por algo que te parece de lo más tonto ponerlo por escrito; de esas de las que pasas a la risa más demoledora si encima lo llaman “píldora de sabiduría vital”, avisándote, además, de que ese “escritor sabio” acostumbra a propagar tales grageas. Se han pasado con el marketing.
—¿Qué es lo que ha dicho? ¿Cuál es esa “píldora de sabiduría vital”? Ja, ja.
—A ti y a mí nos interesó desde muy jóvenes conocer lo que nos rodea: los pájaros, los árboles, las gentes… Y creo que es una obligación de la especie, consciente como es, rendir tributo a La Vida, en un acto de humildad, y conocer a los demás seres que nos acompañan en el viaje, que además son vitales para el mantenimiento de las condiciones que permiten al planeta ser habitable. Y va este tipo y dice que ”la vejez  es cuando” te interesas por el nombre de los pájaros porque empiezas a tener tiempo.
—Ja, ja. Pues, mira, yo creo que lo que caracteriza a la vejez  no es el tiempo que se tiene; en otras épocas de la vida se tiene tiempo para lo que se quiere; la vejez “es”, quizá,  la dificultad, o la falta de ganas, para gozar del aire libre y de los seres que lo habitan, para salir de las ciudades y sentirse una criatura más, al nivel de las aves o al de los árboles, para conocer otras formas de vida humana que no se basan en la ciudad. Puede que la vejez “sea” la estrechez del presupuesto y el copago de medicinas y de múltiples servicios sanitarios; también  el mantener a los nietos y ayudar en su crianza. Tal vez la vejez “sea”, entre idas y venidas al médico, “cuando” solo tengas ganas y tiempo para ver los cotilleos que la televisión te eche, o, si todavía ves lo suficiente, “sea” coger un libro malo porque es el que tenías cerca y no tienes ganas de buscar mucho.
—Ten en cuenta que hay gente que es el típico producto moderno, que desarrolla su vida entre legajos, campañas publicitarias, refritos y pastiches; que se sienten como pez en el agua en un mundo de papel, ahora virtual, incapaz de interesarse, casi con desprecio, por ese árbol de la esquina que le alegra las mañanas con sus flores de color rosa intenso al que llamamos árbol del amor y que, según la leyenda, le sirvió a Judas para colgar la soga .
—Oye, que a lo mejor estás suponiendo que el sujeto es un urbanita y lo mismo ha nacido en un pueblito.
—Más delito tiene.
—¡Bah! Eso es que sabe de  alguien que conoce cuatro pájaros y le quiere llamar viejo.
—Posiblemente.  No sabes bien la de tonterías que se escriben para meter a capón alusiones no explícitas en algún texto. Y eso me parece una falta de respeto al común de los lectores porque se utiliza su interés y el dinero que ha empleado en comprar el libro para difundir un mensaje de intención espuria. Es para sentirse estafado. El lector debe creer, para que se cree  la magia necesaria,  que  lo escrito va dirigido a él, que hay una comunicación íntima con el autor a través del espacio y del tiempo, que no hay intenciones ocultas que lo harán sentirse utilizado. Además, je, je, creo que ese tipo de frivolidades traen mal fario. Y encima lo llaman “píldoras de sabiduría”. Yo diría manchas de tontería.
—Bueno, ten en cuenta que a algún empleado de la editorial le habrá caído el muerto de tener que escribir la glosa.
—Sí, pero hay que tener algo más de sentido común. Fíjate: se dice que el autor fue “despedido fulminantemente” de la agencia de publicidad donde trabajaba, sin más explicaciones.
—Pues no sé. Se considerará un valor que a uno le despidan fulminantemente, le dará interés, morbo. Si se dijera, sin más, que fue despedido quedaría mal, pero al decir “fulminantemente” da la sensación de que pudo ser por un acto de afirmación ante la empresa, de rebeldía, pero no sabemos si se lo mereció, lo que ocurrió para que fuese fulminado. Seguramente quieran cultivar la imagen de “enfant terrible”, por si vende más.
—Vale. Pero el libro, ¿te ha gustado?
—No. Para nada ha cubierto mis expectativas. Si tuviera que darte una imagen de lo que me parece te diría que la obra es una mayonesa cortada: una serie de ingredientes como minúsculas pinceladas de biografías de Capote, Hemingway, y Chaplin; cartas y diálogos inventados entre Oona  (última esposa de Chaplin) y el escritor Salinger que  no han logrado conmoverme en absoluto; crudas estampas sobre la crueldad de la guerra que sí me han conmovido pero me han parecido demasiado prolijas y fuera de lugar; y la inclusión de la experiencia amorosa del autor con una mujer, que quede claro, mucho más joven que él. Y este parece ser el colofón, una especie de justificación, cuando no creo que a estas alturas interese a nadie, de las uniones románticas entre personas de edades muy dispares. Todo ello aderezado con párrafos en inglés, gritos, o sea mayúsculas, que si ya repelen en cualquier texto, no digamos en un libro. Unos ingredientes sin cuerpo suficiente para dar a la mayonesa la consistencia necesaria y hacerla digna de presentarla en la mesa.
—Pues vaya.
—Mira, cada persona puede escribir lo que quiera, pero los lectores, que hemos pagado, tenemos derecho  a decir lo que nos ha parecido.
—No te lo discuto. Todos deberíamos opinar sobre lo que leemos y realzar las obras verdaderamente valiosas.
—Por supuesto que cada uno escribe como quiere y con las pretensiones que le parece, pero el abuso de la referencia, de las citas, de la excesiva inclusión de conocimientos parece que le da más valor al texto, y se descuida la eficiencia del mensaje, la coherencia del texto, la variedad del vocabulario. Falta artesanía de la palabra. Da la sensación de que el autor basa su obra en “demostrar”, sea conocimiento de los coetáneos de los personajes o de títulos musicales o que ha usado mucho la wikipedia.  Me parece perfecto que sea así, si así se quiere,  pero en el verdadero artista ni se nota; debe ser sutil y nada pretencioso.
—¿Y qué te parece que la familia de Oona no publique las cartas que esta intercambió con Salinger?
—No creo que esas cartas tengan ningún interés. Lo malo de entrar en la correspondencia personal, real o inventada, es que esa relación entre dos personas queda manoseada  por cualquiera, gente extraña a la que jamás hubieras dejado entrar en tu vida porque, en muchos casos,  nunca te caería lo suficientemente bien. Como dijo Ana Belén en un programa de televisión: "¿por qué se mete en mi vida?, si yo no la conozco a usted de nada”.  Tengo la sensación de que si los espíritus de Oona, Chaplin y, por qué no, Salinger pudieran leer esto, sonreirían tan burlonamente como yo. Va por ellos.


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